lunes, 2 de mayo de 2016

DE AQUEL INVIERNO



De aquel invierno

me quedó el miedo

al frío sin abrigo,

cicatrices de escarcha

en el pecho,

punzadas de ausencia

en la espalda,

marcas de grilletes invisibles

en las muñecas.

Drené

litros de sangre contaminada

con toxinas de amor eterno,

las lágrimas,

fluyendo descontroladas,

me deshidrataron las entrañas,

perdí peso a la misma velocidad

que las promesas

se ahogaban en los desagües,

como un torrente de agua

después de la rotura del dique

que la contiene.

De aquel invierno

me quedó la primavera

que le siguió,

con el sol descongelando la piel,

germinando la semilla

de un olvido que se hizo árbol

para cobijarme en su sombra,

quedó la tinta en papel,

el deseo galopando en las venas,

salvaje,

la libertad como camino

que trazar,

el insomnio ocasional,

la protección de la coraza,

impenetrable,

sobre los latidos,

los vuelos más allá de las nubes,

los quiero pero no me dejo,

las huidas de madrugada

cuando las caricias

sobrepasan la dermis.

Y,

de repente,

tú.

Arrasando, deshaciendo,

descolocando.

Colgado de mis alas,

revolviéndome.

Y yo,

con restos de invierno

y ansia de verano,

en una primavera

como nunca antes alterada.


María Guivernau



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