miércoles, 18 de diciembre de 2013

La primera vez que ella dijo no



La primera vez que ella dijo no,
empezaron a separarse,
la primera vez que él dijo yo, 
dejaron de ser un nosotros más.

Ellos,
que formaban una pareja de siempres
comenzaron a ser
una triste sociedad de nuncas.


Norumbega.

Me pareció verte
entre la anónima muchedumbre, 
en un andén de Retiro
a la hora en que los trenes se abarrotan;
tenías todos los años de nuestra ausencia
colgados de tu piel enjuta,
yo venía de suicidios, divorcios, y otros exilios,
vos venías de entierros y crepúsculos finales,
y nos cruzamos las miradas:
un instante fulminante como un rayo,,,

Sonaba un tango en los altavoces
y por esas cosas que se sienten
aunque ninguna razón las explica,
en esa voz disfónica oí mi nombre
anunciando mi muerte, el degüello
y la partida de un tren sin destino.


Se volvieron locas las palomas
en los altos tinglados de hierro,
la tristeza de la tarde caía
como un pesado telón de terciopelo.

Llevabas en la mirada todo
mi perdido universo de infancia,
mis juguetes preferidos,
lágrimas vertidas,
el severo ademán del no se puede
todavía amartillado en el entrecejo,
y un extravío ya propio del ser viejo
alojado en lo celeste de tus ojos claros.

No me dijiste nada.
Hace muchos, muchos años
habíamos peleado.
y nos fue alejando
la distancia y el silencio
en un para siempre parecido
a la muerte.
Me acerqué y nos miramos,
de nuevo.
Dudaste,
yo estaba seguro.
Te abracé primero despacio,
y después nos hicimos un nudo.
me dijiste al oído y con pena
- qué te parió che,,,
yo te dije
- viejo,,,

A la hora en que salía un expreso
llevándose consigo
a todas las palomas en ese torbellino
del tiempo perdido, 
y en vano,
como son en balde las vanidades,
los enconos
y los encuentros postergados.



Nos pasaron por encima
los hombres y mujeres 
vomitados de los trenes
los personajes que fuímos y seremos
nos habitaron las miradas
y nos cortaron el aliento,
en este homenaje a los enconos
en este insulto a las distancias
que desbaratan la fragancia
de tu piel oliendo a lavandas
y la mía oliendo a soberbia y nada.

Un silbato destrozó en mil
aquel silencio de los ojos cerrados.
y entendimos, finalmente
que ya no había más estaciones para nosotros.

Todos partían a sus pueblos,
al refugio que da el hogar, el fuego,
nosotros no teníamos dónde
derramar la sombra de nuestro abrazo.
 
 

Luis María Lettieri
 

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