jueves, 23 de mayo de 2013

Sin orificio de salida





Esta mañana, al despertarme,

creí que llovía.

Luego abrí la ventana y no,

no era lluvia,

eras tú,

que te alejabas,

que ya no volabas,

que ya no estabas.

Y ya no pude volver a dormir.


Yo que siempre pensé

que besándote te hubiera convencido:

a ti de quererme,

a mí de no dispararte,

pero mil poemas tristes nunca fueron suficientes

para alguien que desprende primaveras

al abrir las alas,

ni siquiera versarte los labios cada mañana,

ni quitarte el frío de las manos,

ni cargarte a mi espalda

mientras me rompo el cuello intentando mirarte

-si supieras lo que echo de menos mirarte,

casi tanto

como a ti-,

ni ser el preludio de tu música,

es decir,

de tu risa,

no fue suficiente abrirte mi carne

para que la llenaras de la tuya

bloqueando cada esquina con el recuerdo de tu cara,

ni llamarnos de mil maneras diferentes

con el único propósito

de ser únicas

la una para la otra.


El mundo se dio cuenta

de que cada vez que venías

yo adelantaba las manillas del reloj

para ver si mi futuro llevaba tu nombre,

de que te robé todos los relojes

para que así no agotaras tu tiempo conmigo,

y destrozó mis horas,

el muy cabrón,

como quien aplasta lagrimales,

y yo miré suplicante a tus muñecas desnudas,

a la pared vacía,

a tus mañanas entre mantas sin horario,

pero la habitación se llenó

del jet-lag que sufren mis sueños

desde que abandonaron tu cama,

y todos los intentos de sostenernos fueron en vano,

de repente la vida pesaba demasiado

y tú eras más grande que la lluvia.

Y no fue suficiente para mí,

y tuve que deshacerme de los segundos que dejaban tus minutos.

Yo, que te llené de palabras,

me cansé de que las tuyas solo fueran de ida

y no pude evitar mirar la última página,

donde tu pelo ya no estaba.

Donde mis dedos ya no estaban.

Y leerte despacio

para engañar al reloj,

dejó de funcionar.

Y silenciar el temblor de mis manos

para que no te fueras,

solo hizo más ruido.


Eres tanto

que cualquier cosa que no sea tenerte al final del día

no resulta suficiente.

Y eso no es culpa de nadie.


Así que perdóname

por no conseguir

que fuéramos suficiente.

Por llenarte el cuerpo de adioses,

vestir mis dedos de balas

y dispararte

-aunque te lleve tan dentro

que dispararte a ti

sea como dispararme a mí,

pero sin orificio de salida-,

por empujarte hacia el abismo de mis labios

y suicidarte antes

de olerte,

por odiarte un poco

porque llueve

y no vas a aparecer,

porque mi reloj ahora solo me diga

que es hora de marcharme,

por sacarte de mis ojos

para poder dormir,

por quedarme

a ver cómo nos ponemos la ropa la una a la otra

sabiendo que no volveremos a desnudarnos,

y después irme.


Perdóname,

por no encontrar otra manera de salvarme

que no implicara abandonarte.


Y aunque esto sea un poema triste más,

tienes que saber

que hacerte el amor fue como empezar una frase,

y terminarla.

Abandonarnos ahora

es dejar inacabado el poema.


Pero recuérdalo,

una vez al día

te cambiaría por toda la poesía.





Elvira Sastre Sanz





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