lunes, 10 de septiembre de 2012

EN ESTA TIERRA MÍA





EN ESTA TIERRA MÍA está mi origen.
Aún conservo en mi piel olor a hierba
y un pálido reflejo de trigo en mi cabello
que la hoz del calendario
me tornará en ceniza,
y mis verdosos ojos
como el trébol
se volverán más dulces y más graves,
y ésta mi piel
gastada por los años
empezará a ser surcos algún día,
destinada a ser tierra de la tierra
que me parió a la vida
en una madrugada de verano.

Mas cuando llegue el día de mi viaje
esa ventana que siempre mira al mundo,
a los undosos mares de la espiga
mecida por el viento,
a las leñosas manos de los árboles,
esa ventana
donde vuelan mis ojos al espacio,
dejadla abierta,
para que no se duerman las palomas
que vienen a posarse en el alféizar.

Y, si me sobrevives,
di que he sido,
ven a sentarte donde te he soñado,
lee palabras que nunca recibiste,
siéntate ante mi mesa
y déjame que escriba con tus manos
y que siga mirando
un imposible cielo con tus ojos.
Apoya la cabeza en los cristales
y quédate en silencio,
no recuerdes.

En las dulces veladas del otoño,
en los raídos libros de poemas,
recóbrame otra vez.
En estas sobremesas sin palabras
en que apartan tus manos mis cuchillos
y mis versos suicidas,
en las blancas e inmensas cuartillas que emborrono,
donde fluye despacio la tristeza,
busca apenas la sombra de mi sombra,
esa invisible huella de mis dedos,
perdidos en los tuyos;
búscame junto al río
manso y claro
donde asoman los chopos a mirarse,
en el agua que canta como un verso tranquilo.

Tú sígueme viviendo aferrado a la vida.
Yo, enraizada en la tierra
como un árbol,
resolviéndome en trébol o en espiga,
creciéndome en la vid
o en la amapola,
sustentando tus pasos y mis pasos,
vestida con tu piel,
empezaré a vivir de otra manera.



Blanca Langa


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