miércoles, 18 de mayo de 2011

CUESTIÓN ALIMENTICIA



Los dioses comen siempre de la mano del hombre, del que encarna el olvido o del que ofrece incienso.

Se tañe una campana y hay un dios que se asoma.
Si abrimos una puerta, otro se aleja para siempre.
Parecen muchos pero tal vez es el mismo con varios pasaportes y disfraces como un espía de película.
—Tal vez es sólo el hombre la medida de la divinidad, de su abandono y su recuerdo—.

Cuando un fusil dispara, nadie sabe si los dioses se ocultan o sonríen, nunca estaré seguro de si es burla, vergüenza o falta de memoria.
Cuando alguien sufre sin culpa y sin remedio, los dioses se distraen picoteando como palomos en la palma de algún traidor a nuestra especie.

Nunca se dan por satisfechos, jamás detienen su voraz costumbre.
Están siempre a la mesa de la vida para que los mortales alimentemos su poder con miedo.
Más que comer, devoran. Por si acaso, yo cierro el puño y guardo la comida, no me fío de ellos.


Enrique Gracia Trinidad


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