domingo, 26 de diciembre de 2010

Un regreso tal vez definitivo





Humedad de un calendario caducado,
humedad fruto del descuido o una prolongada ausencia,
agravan las circunstancias de un clima propicio al deterioro.
(¿Volviste después de años en que erraste fuera de esa tierra y abriste el armario para encontrarte la humedad fermentada en el apogeo que le ha propiciado tu ausencia?)
¿O es qué has vivido siempre en la desidia de tu propio olvido, sin vaciar nunca los estantes que te rodean, dejándolos librados a sí mismos, resignado a ese aire cargado que está en el ambiente, al vaho que empapa las ventanas y resbala por los vidrios, condensado en las gotas del estado líquido recuperado gracias a tu indiferencia mal ventilada?)
Resignado te dices que esta humedad de adentro,
esta emanación del propio interior de tu hogar de antaño,
tal vez no sea más que la adaptación estratégica de ese estado general que lo empapa todo,
la triste alegoría de tu entorno.

Por eso te propongo:
cierra el armario
a cal y canto
y emprende el retorno a la terca sequedad de tu presente.

Es inútil combatir esa humedad del pasado
—te repites a modo de consuelo—
más vale resignarse al lento descomponer que sugieren el dibujo arbitrario de sus huellas,
aceptar la irreversible podredumbre que destruye,
no por usura ni por desgaste,
sino por ese impregnar progresivo del que sola ella tiene el secreto.

No sólo roe las paredes desde sus entrañas
empapa las maderas
sino la voluntad
y el empeño con que habías decidido regresar a tu país
a renovar el contrato de tu juventud.

Debías desterrarla
sacarla (¿secarla?) de raíz de tu pasado.

Duro,
inútil ha sido el combate,
te dijiste antes de iniciar el regreso,
tal vez,
definitivo
al clima seco de tu presente.




Fernando Ainsa


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