miércoles, 1 de septiembre de 2010

AL SUEÑO





Me acostumbré a dormir desde muy niño.
Mi madre me cantaba con su voz de granadas
una canción que no he de recordar.
Pero era una canción hecha de sueño
que alzaba muy despacio la cortina del sueño,
y yo entraba en su reino de puntillas,
con los ojos cerrados para no despertar.
Desde esa vez primera
acudí cada noche a visitarlo.

El sueño es muy cortés: apenas basta
un débil parpadeo sin objeto,
un cansancio muy leve en las muñecas
para ocupar su casa de viejo señor lánguido.
Amigo venturoso, nunca exige
una larga antesala en los jardines:
a todos tiene abiertos sus salones de arena
sin una fatigosa iniciación.

Preguntaréis acaso qué me ha enseñado el sueño.
Nada, es verdad;
por eso lo amo tanto.
Compañero indolente,
ni niebla en el paisaje ni perpetua agua gris,
nada viene a entregarnos,
como un amante inmóvil
cuya presencia basta para ser.

¿Semejante a la muerte?
Si algo lamento acaso de mi muerte
es saber que ya nunca me volveré a dormir.
Definitivamente,
oh sueño,
definitiva imagen de la vida.



Joaquín Sánchez Válles


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