domingo, 28 de febrero de 2010

TERRAZA





Habíamos llegado a la ciudad
hacía apenas una hora.
Atrás quedaba
un viaje velocísimo en el AVE
en el que, sin embargo,
nos dio tiempo de divisar
el mar, poderoso
bajo el cielo de marzo,
allá donde terminan los pinos
que adornan
el litoral de Tarragona.
Con el rumor de fondo de la tele,
sacamos nuestras cosas de las bolsas,
colgué de una percha
la camisa que llevaría aquella noche
en la fiesta sorpresa
que David le había preparado a Míriam.
Daba la habitación
a uno de los patios de manzanas de Cerdà,
con una terraza soleada
como un extraño oasis.
Cogimos dos libros, unas sillas
y algo del mueble-bar.
Yo me quité la camiseta
y me quedé descalzo, con sólo unos vaqueros.
Versos de Margarit, una cerveza fría,
tus piernas apoyadas en las mías
y nada de misterio en ser feliz así.


Enrique Cebrián


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