martes, 2 de febrero de 2010

HABLAR CON LA ARENA




Nombramos cuanto deseamos alcanzar o tememos perder,
aquellos seres, objetos y acontecimientos que acompañan
nuestra existencia y la dotan —eso creemos— de sentido.

Nombramos las pérdidas del mundo y el mundo que anhelamos,
el silencio, las heridas, el tiempo que nos arranca el tiempo
de la vida, las preguntas que no conocen respuestas
y las respuestas que flotan en el viento.

Nombramos lugares y fronteras sin perfiles geográficos definidos,
espacios vacíos, distancias sin tiempo y sin medida,
ejes que enmarcan ojos, monedas que saldan deudas
y penas que ratifican condenas.

Nombramos el mundo con palabras gastadas por el tiempo,
nos empeñamos en certificar la vida con palabras
heredadas y pronunciadas a destiempo, creemos vivir
y sin embargo es el tiempo el que nos vive a contratiempo,
ignoramos a menudo que el mundo es otro y distinto
a cada paso cambiado que se da, en cada instante diferente,
que el misterio renace una y otra vez en cada ser humano
que lo nombra, nos da pavor pensar —y así nos va—
que el mundo es nada sin el valor fundacional de la palabra.

La vida se nombra a sí misma en cada desposesión,
en cada pérdida, en cada despedida y eso basta.
Vivir es eso, pasar, pasar de largo y nombrar
lo que se va perdiendo en cada tramo
del camino, convivir a cada paso con el abandono,
la renuncia y la indigencia, sentir cómo la vida nos vence
y nos enfrenta al final —solos, desposeídos de todo— con la muerte.



Alfredo Saldaña


1 comentario:

Doberka dijo...

Esa arena... somos todos. Poema glorioso de su poemario "Pasar de Largo" y gloriosa lección, Alfredo.

Besos