domingo, 6 de septiembre de 2009

DESCONECTARSE y más

Desconectarse


Noto tus pasos detrás de mí,
sigues el mecer de mis caderas
por los ajados pasillos de un hotel.
Un laberinto palpita ligero.
Abro la puerta y entras.


Te miro sentado en la cama hablándome.
Sé que tras cada frase tuya existe una mirada,
el dulce desasosiego,
el corazón de la tiniebla.

Intento contestarte sin perder el control.
Todavía no.
Aplazo el abandono;
aún quiero ser yo mía unos instantes.


Se abre el precipicio de tus ojos.
Tus manos se adentran en mi falda.
Estás hermoso.
Te deseo.
Como siempre
o más.


Me dejo llevar por tus besos y te huelo.


Tu aroma se enseñorea de mi cuerpo
y jugamos a jugar,
a reinventarnos,
a adivinarnos detrás de cada gesto.
Es tan fácil estar contigo.
No hay lucha,
nadie quiere ganar.




Cae la tarde y yo me vuelvo hiedra en ti.


Sólo necesito tu piel para estar viva.
Asirme en un abrazo largo y tendido
mientras me susurras
y me siento diosa de diosas entre tus manos.
Ésas con las que dibujas en mi rostro siluetas
con dedos pincelados
de todos los colores de la ternura.


Me rindo a tus silencios.
Ahogo mi llanto
-sois tan frágiles a veces-
pero estoy flotando entre tus caricias.


Me preguntas qué quiero
y yo no quiero nada,
porque todo lo tengo.
Sólo necesito anudarme a tu cuerpo,
no pensar,
olerte,
sólo olerte lo mismo que una loba.



Plantamos acacias de abismos en la piel estremecida.


Volvemos a jugar.
Las piezas ya dispuestas,
se avecina el jaque.
Mi cuerpo espera ansioso el lance final,
sentirte dentro,
pero no quiero que acabe aún la partida.
No quiero.
No quiero.
Sé que tras el mate te marchas
y no quiero echarte de menos.


Esta vez te vas antes porque dices que vuelves,
pero no volverás
-lo sé-
y te vas a ir antes de tiempo.




Espinas se clavan en las sombras.

Y te fuiste,
vestido de ese otro tú que no me pertenece.


Todo sigue oliendo a ti en tu ausencia.
Estás.
Pero el sueño retoma los caminos hacia el otro mundo,
ése en el que se conjugan verbos sin ti:
almorzar,
pagar,
coger un taxi,
volar.


Y sigue lloviendo sin pedir permiso.




Pura Salceda (de su libro Versos de perra negra)


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